La economía no es cosa de superstición. Hacer conjeturas en esta materia, no obstante sea a corto término, es una de las diligencias más expuestas que coexisten, al menos en el punto de vista intelectual. Son demasiados los agentes que asisten en el complicadísimo orden de la economía universal como para intentar saber a ciencia cierta lo que va a pasar en el lapso de un año.
Lo que sí se consigue “adivinar” son las propensiones tomando como sitio de partida la situación de hoy. Hace tres años, por modelo, nadie –ni las delegaciones de calificación– podía suponer que Lehman Brothers fuera a exhibir la quiebra en septiembre, pero los bien informados sabían que la crisis inmobiliaria se iba a llevar por delante o a poner en serios apuros a más de un banco de inversión.
Saliendo del estado presente de las cosas y de los rumbos que han elegido los primordiales indicadores, los peritos ya se han subrayado. 2011 será un año marcado por la infatuación, el ascenso en el precio del oro y las constituyentes primas, el desempleo y los planes de austeridad. Eso en los países europeos, en los mercados asiáticos como China e India la cosa irá por otro lado.
El oro es, como dice la gran mayoría de los expertos, el gran intérprete del año que terminamos de estrenar. Los más optimistas establecen el mínimo en 1.800 dólares la onza, los más pesimistas se tiran por los 2.500 dólares. La plata, por su parte, hermana indigente del mercado de los metales preciosos, dejará paulatinamente de serlo. Si actualmente se compra la onza a unos 30 dólares podría subir hasta los 45 ó los 50 a finales de año.